Noviembre 6 de 1985. Bogotá, Colombia.

 

Un comando del grupo guerrillero M-19 toma por asalto el Palacio de Justicia con el objetivo político de enjuiciar al presidente de la república por traición a los acuerdos de paz.

 

El ejército, que conoce los planes de la toma, empieza un ataque que deja aislada a una fracción de jóvenes guerrilleros, algunos heridos, que con más ideales que estrategia de combate, se repliega en un baño bajo las órdenes de Andrés Almarales, el único de los comandantes sin experiencia militar e ideólogo político y negociador del movimiento guerrillero. En cuestión de minutos todo se sale de control mientras se enteran, encerrados, que la escuadra con sus combatientes más experimentados nunca pudo entrar al edificio con los explosivos para repeler al ejército. A ese baño de hombres del tercer piso poco a poco llegan para refugiarse los rehenes civiles que, entre magistrados, auxiliares, secretarias, conductores y visitantes; terminan conformando un grupo de sesenta personas que deben resistir, hacinados durante veintisiete horas, el brutal ataque del ejército para retomar el palacio.

 

La negociación es inviable mientras la intensidad y los estruendos del combate se hacen más cercanos al baño en el que los civiles y guerrilleros confundidos por el llanto, las quejas e histéricas suplicas de quienes se ven rebasados por esa realidad, acomodados como pueden unos sobre otros sobre el piso inundado de agua y fluidos humanos, bajo el calor y el humo de un incendio que afuera destruye el edificio; deben encontrar la resistencia para sobrevivir conservando un mínimo de dignidad hasta el último segundo.